lunes, 28 de enero de 2019

Angélica Oñate


LIGADOS


Mientras la tormenta aumentaba la mujer se dirigió a la ventana y observó detenidamente como las personas se cobijaban bajo sus negros paraguas; en aquella mirada reflejaba una expresión serena.
Sin tiempo de reaccionar y sin saber por qué sus ojos se detuvieron; en un hombre que caminaba sin refugio por las mojadas calles y vestido descuidadamente le había robado su atención. No lo perdió de vista hasta que desapareció a la distancia.
Retirándose de allí caminó por la habitación confundida, algo en ella había cambiado. No podía dejar de pensar en aquel vagabundo. Recostada en su almohada, sin dejar de cavilar sobre aquel episodio, se dispuso a dormir.
De un sobresalto despertó con el sonido del reloj, miró la hora y se levantó rápidamente para dirigirse hacia su trabajo. Una vez fuera, se percata de que las calles están húmedas y oscuras por una densa niebla. Mientras camina en dirección a sus funciones se acomodó la bufanda y se colocó los guantes, frente a una iglesia, ve difusamente la figura de aquel personaje  que se refugiaba bajo un  alero; con sus manos  en los bolsillos de un viejo abrigo, un  gorro de lana que cubría hasta sus orejas se notaba que tenía los pies mojados por la decadencia de sus zapatos.
Sin pensarlo, la mujer se dejó llevar por un impulso incontrolable. Se dirigió al negocio de enfrente en busca de un pan y un trozo de queso para aquel hombre que no podía dejar de observar de una forma distinta, casi inexplicable, de que ella actuara así. El hombre agradeciendo fríamente la acción de aquélla mujer, recibió el pan con sus manos temblorosas y se lo llevó a la boca.
La desesperación palpitaba dentro de su pecho, arrastrada por el desconsuelo de no saber el motivo que la incitaba a proteger a aquel ser humano, continuó su camino hacia el trabajo sin mirar atrás.
En el transcurso del día, no dejó de pensar en el personaje una y otra vez, las imágenes le venían a la cabeza. Le parecía alguien conocido. Su cara sucia y descuidada barba dejaban entrever algunos rasgos familiares. Subió a su departamento y mirándose al espejo vio que su rostro era similar al de aquel hombre -No, esto es imposible  ̶  exclamó, se acomodó en el sillón, pensó un rato y se durmió.
Un relámpago iluminó toda la habitación y un fuerte trueno la despertó. Afuera llovía torrencialmente.  Casi sin dudarlo, tomó un paraguas y salió en busca de aquel vagabundo. Recorrió  varias calles y ya muy entrada la noche, recordó de pronto que muchos de ellos dormían bajo una cornisa de un viejo supermercado que quedaba en la calle Balmaceda. 
Al llegar allí corrió hasta donde se divisaba un grupo de personas en torno a un hombre que yerto estaba sobre las heladas baldosas de la escalinata de aquél negocio. Se abrió paso para mirarlo y dándose cuenta de que el parecido facial era evidente comenzó a sollozar este era el padre que en sus difusos recuerdos ella vio partir una mañana fría de invierno; escondiendo su cara bajo el paraguas caminó lentamente de vuelta a su hogar.


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