lunes, 28 de enero de 2019

Eric Soto Lavín

Eric Adolfo nació en Valparaíso a principios de los sesentas. Vive su infancia transcurre en Quilpué. En la capital efectúa todos sus estudios, incluidos los de Ingeniería Eléctrica. A principios de los noventas descubre su pasión por la escritura. Se inscribe en un Taller de Creación Literaria en la universidad. Y en 1992es premiado su  cuento «El Turista Ejemplar» en el Concurso Literario María Luisa Bombal. En el V Festival Víctor Jara de Todas las Artes, gana un premio con el cuento «Parpadeos Vitales». Ávido lector desde la adolescencia, un hábito inculcado en forma sabia por su madre, gana en dos ocasiones, 2005 y 2010, el Premio al Mejor Lector del Centro Bibliotecario de Puente Alto. Su formación científica lo ha llevado a incursionar, aunque no en forma exclusiva, en el género de la Ciencia Ficción y del Terror Fantástico.
Ha publicado dos libros de cuentos en la Editorial Segismundo y también ha participado en una antología de escritores locales.
Desde mayo de 1977 reside en la ciudad de Puente Alto y, aunque no es de los nacidos y criados en la comuna, se considera un puentaltino de tomo y lomo.


ALGARABÍA VESPERTINA


Al  igual  que  todos  los  días  jueves  del  año  en  curso,  me  encontraba  sentado  de  espaldas  a  la antigua casa patronal, ahora destinada a la ejecución de diversas actividades del quehacer artístico local,   casi   inmerso   en la   verde  y   frondosa   espesura   vegetal,   cuando   de   pronto  me   sentí ligeramente observado.
Sin perder un segundo, observé con el ceño fruncido en dirección a la gran pileta de aguas turbias, esperando quizás que alguna grotesca y escamosa entidad emergiera con pasmosa lentitud desde sus  insondables  profundidades  para  intentar  devorarme.  Pero  mi  decepción  fue  mayúscula  al comprobar  que  en  dicho  sitio  todo  estaba  en  calma:  la  mohosa  estatua  de  una  antigua  y desconocida deidad vigilaba, desde tiempos inmemoriales, que ahí todo estuviese en orden.
En seguida, observé hacia las distantes encinas en la búsqueda de alguna inusual presencia pero, a excepción de una emergente brisa que poco a poco comenzaba a manifestarse en las alturas y casi por encanto, la sensación de calma era aún mayor.
Por  lo  mismo,  resolví  enfrascarme  una  vez  más  en  mi  lectura  que,  en  aquel  preciso  instante,  se hallaba empantanada entre las lucubraciones personales de un escritor que, de una u otra forma, trataba de impedir la fluidez natural de la historia que se empecinaba en contar.
Minutos  más  tarde,  mientras  optaba  ya  por  saltarme  unas  cuantas  páginas  en  las  que  el  tedio alcanzaba un riguroso e inexpresivo clímax, nuevamente me sentí observado. No obstante, en esta ocasión  hice  caso  omiso  de  la  tácita  presencia  de  aquella  entidad  presta  a  emerger  de  entre  las turbias aguas y observé directamente hacia las frondosas encinas.
Y quedé estupefacto.
El  rostro  de  una  hermosa  muchacha  me  observaba  con  vivo  e  inusitado  interés,  mas  su  esbelto cuerpo de pronto emergió de  entre  las encinas como si en dicho sitio existiera un invisible portal conducente  hacia  un  mundo  fantástico,  fascinante  y  único.  La  joven  y  agraciada  muchacha  iba descalza y sus finos pies apenas tocaban el suelo cuando ella brincaba de un sitio a otro. Además, su diáfano y simple vestido parecía prolongar y suavizar sus movimientos y las líneas de su danza pastoral.
En definitiva, ella no era de este mundo. Al verla, nadie lo pondría en duda.
Y  una  extraña  ternura  comenzó  a  aflorar  a  través  de  todos  los  poros  de  mi  cuerpo  mientras  la observaba casi extasiado. De pronto, mientras un efluvio de aromas primaverales, etérea aura de intangibles e invisibles palpos, intentaba embriagarme a su paso cual irresistible ambrosía, regresé de inmediato a la realidad.
Pues había un ligero e importante detalle: ella no estaba sola. Tras sus pasos apareció un lascivo y somnoliento  fauno  que,  en  torpes  intentos  debidos  quizás  a  sus  pies  no  aptos  para  la  danza, trataba  de  emular  la  gracia  de  la  inquieta  dríade  mientras  ella,  en  sucesivas  y  coquetas  idas  y venidas, no dejaba que éste se retrasara en demasía. En lengua vernácula, era evidente que ella lo estaba engatusando.
Y, aunque con triste pesar advertí que el baile no estaba  dirigido hacia mi persona, me desentendí por  completo  del  libro  que,  hasta  dicho  instante,  ocupaba  mi  exigua  atención  y  comencé  a observar con detalle todos y cada uno de los gráciles pasos de aquella divina coreografía.
Una  estela  de  mariposas,  cada  una  más  hermosa  que  la  otra,  parecía  prolongar  los  sinuosos movimientos de la muchacha y una multitud de pequeñas avecillas, de las mismas que a menudo inspiran al Poeta Erasmus
en su arte, la antecedían con singular protocolo como informando de su presencia entre ellas.
Finalmente,  todavía  con  la  sensualidad  a  flor  de  piel  y  sin  mostrar  un  ápice  de  cansancio,  la muchacha  desapareció  tras  unos  matorrales.  Acto  seguido,  cuando  el  fauno  simulaba  haber perdido  su  pista,  una  pulcra  y  delicada  mano  emergió  de  entre  los  arbustos,  lo  aferró  y  también éste desapareció con rapidez casi humorística desde mi campo visual. Después, sólo escuché risas y algunos ruidos extraños.
Y comprendí que aquel ya no era lugar para un observador circunstancial.
En seguida, pensando en lo azaroso y caprichoso del destino, me marché con rapidez en dirección a  mi  hogar.  Aunque  por  un  momento  pensé  que  sólo  había  sido  víctima  de  algún  compuesto alucinógeno  transportado  por  la  brisa  vespertina,  quizás  algún  tipo  de  espora  o  algo  así,  muy pronto  deseché  tal  interpretación.  Era  indudable  que  el  destino  había  movido  algunas  piezas esenciales para que yo fuese el único y afortunado testigo de aquella fantástica bacanal.
Pero estaba muy equivocado.
Un  par  de  semanas  antes,  durante  aquellos  dos  o  tres  días  en  que  el  recinto  estuvo  cerrado, habían  sido  instaladas  numerosas  microcámaras  de  seguridad  al  interior  del Parque  Gabriela y, gracias  a  la  evolución  tecnológica  que  nunca  deja  de  asombrarnos,  toda  aquella  algarabía derrochada  casi  a  raudales  por  la  muchacha  y  su  afortunado  compañero  había  sido  registrada...
Incluso  la  escena  ocurrida  entre  los  matorrales,  junto  a  otras  posteriores  que  yo  nunca  hubiese llegado a imaginar.

Y  la  pareja  de  jóvenes  funcionarios  involucrada,  la  misma  que  en  repetidas  ocasiones  había  sido tan  elogiada  por  quedarse  trabajando  hasta  mucho  más  allá  de  la  hora  límite,  fue  de  inmediato desvinculada de la institución debido a conductas impropias efectuadas dentro del recinto cultural antes mencionado.l

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