Eric Adolfo nació en Valparaíso a principios de los sesentas. Vive su infancia transcurre en Quilpué. En la capital efectúa todos sus estudios, incluidos los de Ingeniería Eléctrica. A principios de los noventas descubre su pasión por la escritura. Se inscribe en un Taller de Creación Literaria en la universidad. Y en 1992es premiado su cuento «El Turista Ejemplar» en el Concurso Literario María Luisa Bombal. En el V Festival Víctor Jara de Todas las Artes, gana un premio con el cuento «Parpadeos Vitales». Ávido lector desde la adolescencia, un hábito inculcado en forma sabia por su madre, gana en dos ocasiones, 2005 y 2010, el Premio al Mejor Lector del Centro Bibliotecario de Puente Alto. Su formación científica lo ha llevado a incursionar, aunque no en forma exclusiva, en el género de la Ciencia Ficción y del Terror Fantástico.
Ha publicado dos libros de cuentos en la Editorial Segismundo y también ha participado en una antología de escritores locales.
Desde mayo de 1977 reside en la ciudad de Puente Alto y, aunque no es de los nacidos y criados en la comuna, se considera un puentaltino de tomo y lomo.
Ha publicado dos libros de cuentos en la Editorial Segismundo y también ha participado en una antología de escritores locales.
Desde mayo de 1977 reside en la ciudad de Puente Alto y, aunque no es de los nacidos y criados en la comuna, se considera un puentaltino de tomo y lomo.
ALGARABÍA VESPERTINA
Al
igual que todos
los días jueves
del año en
curso, me encontraba
sentado de espaldas
a la antigua casa patronal, ahora
destinada a la ejecución de diversas actividades del quehacer artístico local, casi
inmerso en la verde
y frondosa espesura
vegetal, cuando de
pronto me sentí ligeramente observado.
Sin perder un segundo, observé con el
ceño fruncido en dirección a la gran pileta de aguas turbias, esperando quizás
que alguna grotesca y escamosa entidad emergiera con pasmosa lentitud desde sus insondables
profundidades para intentar
devorarme. Pero mi
decepción fue mayúscula
al comprobar que en
dicho sitio todo
estaba en calma:
la mohosa estatua
de una antigua
y desconocida deidad vigilaba, desde tiempos inmemoriales, que ahí todo
estuviese en orden.
En seguida, observé hacia las distantes
encinas en la búsqueda de alguna inusual presencia pero, a excepción de una
emergente brisa que poco a poco comenzaba a manifestarse en las alturas y casi por
encanto, la sensación de calma era aún mayor.
Por
lo mismo, resolví
enfrascarme una vez
más en mi
lectura que, en
aquel preciso instante,
se hallaba empantanada entre las lucubraciones personales de un escritor
que, de una u otra forma, trataba de impedir la fluidez natural de la historia
que se empecinaba en contar.
Minutos
más tarde, mientras
optaba ya por
saltarme unas cuantas
páginas en las
que el tedio alcanzaba un riguroso e inexpresivo
clímax, nuevamente me sentí observado. No obstante, en esta ocasión hice
caso omiso de la tácita
presencia de aquella
entidad presta a
emerger de entre
las turbias aguas y observé directamente hacia las frondosas encinas.
Y quedé estupefacto.
El
rostro de una
hermosa muchacha me
observaba con vivo
e inusitado interés,
mas su esbelto cuerpo de pronto emergió de entre
las encinas como si en dicho sitio existiera un invisible portal conducente
hacia
un mundo fantástico,
fascinante y único.
La joven y
agraciada muchacha iba descalza y sus finos pies apenas tocaban
el suelo cuando ella brincaba de un sitio a otro. Además, su diáfano y simple
vestido parecía prolongar y suavizar sus movimientos y las líneas de su danza pastoral.
En definitiva, ella no era de este
mundo. Al verla, nadie lo pondría en duda.
Y
una extraña ternura
comenzó a aflorar
a través de
todos los poros
de mi cuerpo
mientras la observaba casi extasiado.
De pronto, mientras un efluvio de aromas primaverales, etérea aura de intangibles
e invisibles palpos, intentaba embriagarme a su paso cual irresistible
ambrosía, regresé de inmediato a la realidad.
Pues había un ligero e importante
detalle: ella no estaba sola. Tras sus pasos apareció un lascivo y somnoliento fauno
que, en torpes
intentos debidos quizás
a sus pies
no aptos para
la danza, trataba de
emular la gracia
de la inquieta
dríade mientras ella,
en sucesivas y
coquetas idas y venidas, no dejaba que éste se retrasara en
demasía. En lengua vernácula, era evidente que ella lo estaba engatusando.
Y, aunque con triste pesar advertí que
el baile no estaba dirigido hacia mi
persona, me desentendí por completo del
libro que, hasta
dicho instante, ocupaba
mi exigua atención
y comencé a observar con detalle todos y cada uno de
los gráciles pasos de aquella divina coreografía.
Una
estela de mariposas,
cada una más
hermosa que la
otra, parecía prolongar
los sinuosos movimientos de la
muchacha y una multitud de pequeñas avecillas, de las mismas que a menudo inspiran
al Poeta Erasmus
en su arte, la antecedían con singular
protocolo como informando de su presencia entre ellas.
Finalmente, todavía
con la sensualidad
a flor de
piel y sin
mostrar un ápice
de cansancio, la muchacha
desapareció tras unos
matorrales. Acto seguido,
cuando el fauno
simulaba haber perdido su
pista, una pulcra
y delicada mano
emergió de entre
los arbustos, lo
aferró y también éste desapareció con rapidez casi
humorística desde mi campo visual. Después, sólo escuché risas y algunos ruidos
extraños.
Y comprendí que aquel ya no era lugar
para un observador circunstancial.
En seguida, pensando en lo azaroso y
caprichoso del destino, me marché con rapidez en dirección a mi
hogar. Aunque por
un momento pensé
que sólo había
sido víctima de
algún compuesto alucinógeno transportado
por la brisa
vespertina, quizás algún
tipo de espora
o algo así,
muy pronto deseché tal
interpretación. Era indudable
que el destino
había movido algunas
piezas esenciales para que yo fuese el único y afortunado testigo de
aquella fantástica bacanal.
Pero estaba muy equivocado.
Un
par de semanas
antes, durante aquellos
dos o tres
días en que
el recinto estuvo
cerrado, habían sido instaladas
numerosas microcámaras de
seguridad al interior
del Parque Gabriela y, gracias a
la evolución tecnológica
que nunca deja
de asombrarnos, toda
aquella algarabía derrochada casi
a raudales por la muchacha
y su afortunado
compañero había sido
registrada...
Incluso
la escena ocurrida
entre los matorrales,
junto a otras
posteriores que yo
nunca hubiese llegado a imaginar.
Y
la pareja de
jóvenes funcionarios involucrada,
la misma que en repetidas
ocasiones había sido tan
elogiada por quedarse
trabajando hasta mucho
más allá de
la hora límite,
fue de inmediato desvinculada de la institución
debido a conductas impropias efectuadas dentro del recinto cultural antes
mencionado.l
No hay comentarios.:
Publicar un comentario