lunes, 28 de enero de 2019

Gilda Lagos


INTRIGA

De vuelta a casa, el viaje fue un caos, una verdadera pesadilla, más de una vez salvé de ser arrollada, más de un bocinazo me dejó paralizada debido a la poca atención que ponía al caminar.
Mi cabeza era una vorágine de pensamientos y mi cuerpo temblaba sin control pasando del frío al calor. Al llegar a casa lo encontré sentado frente al televisor, no me lo esperaba, me sobresalté. 
Hice acopio de toda mi fuerza y traté de mantener la calma, siguiendo la rutina acostumbrada: colgar las llaves, el abrigo, saludarlo e ir por un café.

—¿Estás bien? —me preguntó—. Te noto asustada.
—No —mentí—, es solo que estoy muy cansada, he tenido un día difícil.
—Tranquila, respondió. 

Me beso en  la  frente  y  volvió  a lo  suyo,  algo en su mirada denotó extrañeza, ¿desconfianza tal vez? 
Busqué el cobijo de mi cama y pensé: ojalé el sueño se haga realidad y la realidad fuese un sueño…
Esa noche me costó conciliar el sueño, daba vueltas en la cama de un lado a otro prisionera de la culpa y del desasosiego, sensación desconocida en mí. 
La noche se me hizo eterna, dormí poco, fui consciente del paso del tiempo.
—Tic-tac tic tac.
Esa noche envejecí.
Por el bien de nuestras vidas  creamos  una  mentira  solapada y sostenida, y  a pesar del infortunio la suerte ya estaba echada, el destino no dio marcha atrás.
Con  el  paso de  los días  los  silencios  aumentaron, las  mentiras continuaron,  y aquel silencio abismal cual monstruo se agigantó, no solo nos separó, sino que nos aplastó a ti y a mi  a los dos.


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