Tiene 71 años y es amante de la literatura, lector empedernido y aprendiz de escritor. Hace cuatro años comenzó a escribir cuentos, ensayos, algunos poemas y hasta ahora tres novelas. Desde hace dos años participa en el taller literario del centro cultural de Puente Alto dirigido por el periodista y escritor José Lizana Arce y la profesora de literatura Daniela Arce Vargas. En noviembre y diciembre ha estado participando en el en de la misma municipalidad dirigido por el escritor Omar Pérez Santiago.
Comenzó a escribir ficción realizando de esta manera un sueño siempre anhelado de transmitir en palabras escritas las miles de ideas surgidas en la contemplación de la realidad pasada, presente y en los futuros posibles de nuestro ser social; por eso la tarea de recrear la vida misma a través de la ficción.
NO
AMARÁS A TU HERMANO
La llegada de ambos provocó el
alborozo de toda la familia, eran los terceros y últimos hijos: Juan Pablo
nació primero y diez minutos después surgió Juan Pedro. Como anécdota familiar
comentaban que durante el primer parto y
con medio cuerpo afuera el niño parecía no querer salir y batía sus piernecitas
aún dentro de su madre. Un comentario piadoso fue que no quería dejar sólo a su
hermanito. Sin embargo mirado en retrospectiva años después más bien pareció
que traía en su inconsciente el deseo de no dejar salir a la luz a su hermano,
que se ahogara en los jugos primordiales y se perdiera de existir. La familia
quedó completa y ambos gemelos crecieron amados y protegidos por toda la
parentela.
Hasta
los seis años los vestían igual, compartían dormitorio, comidas, mañas y
enfermedades, y aparentemente también amigos,
travesuras, complicidades y juegos. Sin embargo a partir de esa edad poco a
poco Juan Pedro comenzó a tomar distancia de su hermano, no sabía cómo
verbalizar aquel sentimiento que lo hacía querer alejarse de Juan Pablo, veía
con impotencia como su hermano, desde que tenía memoria se adueñaba de los
juguetes, tomaba su ropa preferida, le hacía zancadillas, lo pellizcaba y hacía
que lo culparan a él de todo lo malo que
hacía.
Cerca
de los siete años, etapa en la que algunos afirman se llega a la edad de la
razón y toma de conocimiento del bien y del mal, Juan Pablo lentamente fue
tomando conciencia y aceptando que no quería a su hermano, que cuando estaban
cerca le molestaba su presencia y cuando
estaban separados odiaba su autonomía y
que prescindiera de él, se consideraba a sí mismo como el mejor, más
inteligente, el preferido y más apreciado en la familia, y en la escuela igual con sus
profesores y compañeros. Sus padres, sin darse cuenta, fueron dando por hecho
que el mayor debía tener preeminencia en todo.
A Juan Pedro le iba bien en sus estudios, eran pocas las décimas menos en las
calificaciones en relación con su
gemelo, pero no hacía aspavientos, tenía pocos amigos y trataba de no mezclarse
en las actividades y amistades del otro. Con esta manera de comportarse pasó a
ser el niño quedado.
—Si es lo
contrario de su hermano. Es más quitado de bulla —comentaban todos.
Una tía desubicada dijo que
tenía rasgos autistas.
—Si no fuera por las notas
afirmaría que a ese niñito le faltan dos chauchas pal´ peso —otro pariente comentó.
Quizás
intuiciones surgidas de herencias genéticas ancestrales hicieron que Juan Pedro comprendiera que no debía
competir, por eso dejaba que su hermano lograra los primeros lugares,
prescindió de las cosas superfluas que a veces llenan la vida de los niños, aprendió
desde muy temprano a renunciar a todo lo que no fueran sus necesidades básicas,
no reclamaba y no provocaba conflictos cuando su hermano le quitaba algo de las
manos, le pegaba patadas debajo de la mesa o lo ridiculizara en el colegio.
En
los inicios de la pubertad, cuando tenían poco más de trece años, tiempo en la
que todo ser humano adopta una opción fundamental que regirá su vida futura al realizar,
a veces de manera inconsciente, la decisión de si va a transitar por el camino
del bien, o del mal, o caminará oscilando entre ambos bordes, porque ya conoce su libertad de opción. Allí sucedió un hecho
que a familias más avispadas las hubiera puesta sobre aviso. Una noche Juan
Pedro despertó gritando cuando sintió un enorme peso y que alguien golpeaba con fuerza su rostro y cabeza, atinó a dar un largo grito
que más bien fue un alarido de terror al
ver a su hermano sentado en su pecho y golpeándolo con los puños, ahí se
desmayó. Al día siguiente se vio acostado
en otra habitación de la casa, al sentarse
sintió un fuerte dolor, miró al espejo que estaba frente a la cama y se
vio con una venda en la cabeza y su rostro hinchado. La puerta se abrió y
entraron sus padres y hermanos, pero no Juan Pablo.
Con
solo ver la noche anterior aquel cuerpo inconsciente y con moretones por todos lados la familia pudo haber tomado
conciencia de lo que pasaba con el mayor
de los gemelos, pero no lo hizo, no quisieron ver la realidad tal cual era sino
otra, idealizada y sin mayores conflictos. No se atrevieron a buscar las causas
de aquella y otras situaciones de agresión de un gemelo en contra del otro. Aún
así los padres dieron una fuerte reprimenda a Juan Pablo, los separaron de
dormitorio y en una solemne reunión familiar quisieron obligarlos a darse la
mano y un abrazo. Según la mamá —como buenos hermanos.
Juan Pedro no quiso,
a pesar que su padre a la vez presionó con cariño.
—Hijo, no sea soberbio, déle la mano a su
gemelo.
Ni cuando su hermano mayor para forzarlo le dijo:
—¡Mira con la que
sales, algo le habrás hecho a este otro!
Incluso la tía metete que estaba de visita y más bien malévola tiró la frase:
—¡Usted mijito parece tan
santito, pero ahora estamos viendo que ya no se cuece de un hervor!
Aún en shock por la agresión el adolescente siguió
firme en lo suyo, le parecía falso ese gesto, no creía que su hermano hubiera
cambiado de la noche a la mañana. Fue la
primera vez que presentó una actitud de rebeldía. Y para él las cosas
sucedieron para mejor cuando sus padres aceptaron que se cambiara de Colegio,
quería estar lo más lejos posible de su hermano, tener sus propios amigos,
crecer confiado y sin comparaciones.
Pero
en Juan Pablo la procesión iba por
dentro, nunca estaba conforme, vivía en su interior con una envidia que lo
corroía, y como un avaro que tiene mucho acumulado pero que insatisfecho
codicia más y más, así él vivía lleno de resentimientos hacia Juan Pedro. Un
día llegó a pensar que no había espacio para dos gemelos en un mismo hogar.
Aunque intentó olvidar aquel pensamiento nefasto éste anidó en su mente y
continuó como una obsesión, no soportaba
que su hermano fuera alguien seguro de sí mismo y que le fueran tan bien como a
él en los estudios, su rostro se ponía lívido
cuando se enteraba de sus notas y logros deportivos, y a veces por el
sólo hecho de verlo sonreír mientras la familia almorzaba le daba una
inquina que llegaba a descomponerlo.
Teniendo él todos los privilegios, le parecía no tener nada.
A
los diecisiete años Juan Pedro presentó en familia a su polola. Esto fue la gota que rebalsó la copa para Juan
Pablo, verlo feliz y con una niña tan hermosa le hizo la vida insoportable. De
manera que un día optó por eliminarlo, pensó para sus adentros:
—Qué se muera
es lo mejor que puede pasarme.
De manera que
haciendo uso de su libertad de conciencia, con pleno discernimiento, con
calma en tanto el tiempo transcurría y con una frialdad de espanto comenzó a
planificar las posibles muertes que pudieran sucederle a su gemelo. Sin embargo
no encontraba un método preciso para
realizar el crimen perfecto.
Llegó
para los hermanos la época de graduación de Cuarto Medio y el ingreso a la Universidad dando la Prueba de Aptitud
Académica. Por los apellidos y dirección del hogar ambos debían dar esta Prueba
en el mismo recinto, para ello debían desplazarse tomando el Metro en la Plaza de Puente Alto y
después hacer un cambio de estación. El día fijado cada uno se fue por su
cuenta hacia el lugar de la Prueba. Juan
Pablo estaba a las 7,30 horas en la estación de recambio, ahí se vio rodeado de
cientos de personas que aguardaban ser transportados a sus destinos laborales, debió contemplar la llegada y
partida de cuatro trenes antes de quedar en la orilla del andén esperando la
llegada del siguiente. En medio del gentío del lugar a lo lejos vio que se
aproximada uno, miró las vías y entonces su mente se iluminó con un plan que
surgía espontáneo provocándole incluso una sonrisa que más que iluminar su
rostro fue una mueca que delataba su fría determinación.
—¡Esta sería
una buena muerte para él! —pensó. Seguramente sin mucho dolor.
Ya
estaba planificando cómo convencer a su hermano para que al día siguiente,
cuando les correspondiera la segunda parte de la Prueba salieran juntos de
la casa, esperaría que se aproximara el primer carro, seguro que no iba a
sufrir y él acabaría con la pesadilla de tener un gemelo.
El
tren se acercaba veloz, de seguro le tocaría el quinto o sexto carro, ya estaba
a unos tres metros de distancia
cuando de repente sintió un leve
empujón en la espalda que lo hizo trastabillar, desde la orilla del frente
pareció que era la muchedumbre que estaba detrás de él la que lo empujaba en la
prisa por no perder el tren. Juan Pablo se vio a sí mismo perder el equilibrio y cayendo en las vías. No tuvo tiempo de
sorprenderse cuando ya el carro lo golpeaba con fuerza, lo arrollaba y se perdía en la nada.
En
medio de los gritos, horror, pánico, la frenada brusca del tren, los
murmullos y el desconcierto de quiénes
había presenciado la caída del muchacho, un par de filas atrás
—Era él o yo —se dijo a sí mismo—.¡Una lástima, pero tenía que hacerlo!
Aprovechando el desconcierto fue
retrocediendo lento para pasar inadvertido de quiénes lo rodeaban, en tanto
exclamaba para sus adentros
—¡Mejor
salgo de aquí y tomo un bus que me deje en el Colegio, no me voy a perder la PSU por esta situación!
Y
rodeado de cientos de otras personas que abandonaban la Estación , porque de
seguro estaría detenida durante un par de horas, salió a la calle, corrió a
tomar un vehiculo de locomoción colectiva, una vez arriba inspiró y expiró
profundamente un par de veces pensando que ahora si que estaba verdaderamente
tranquilo y en paz para proyectar su
futuro.
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