lunes, 28 de enero de 2019

Gloria Cordero


EL TELESFÉRICO Y LA SOLEDAD

Mientras se deslizaba por el cable, junto a la esfera de metal, como un ave sobre la copa de los árboles, formando parte de aquel invento del hombre, para separar los pies de la tierra, comenzó a pensar, y en vez de disfrutar de esa maravilla de volar por los aires, volvió a sentir esa inquietud que experimentaba entre las cuatro paredes de su casa. Entre el punto de partida hasta  la estación Tupahue iba acompañaba de dos mujeres, madre e hija. Se quedó observando a la mujer mayor,  su cabello negro suelto sobre sus hombros , y sus ojos verdes, le daban una apariencia juvenil, de pronto ésta se dirigió a ella en un tono muy amable:

Bonjour                                                                                   
Bonjour madame                                         
Parlez-vous francais                                     
Oui, j’aime beaucoup cette langue             
Super! Etes vous chilienne?                                    
Oui, je juis né ici á  Santiago                       
Trés bien, j’adore cette ville                       
En chanté de vous connaitre,                      
—quel est son nom?                                       
Anastasia                                                       
Quel beau nom                                           
Mon nom est Yesenia                                 
Au revoir Yesenia                                       
Bonne journné                                           
Profite beaucoup de notre ville        

Yesenia quedó sola en la esfera, contempló por primera vez la piscina Tupahue, y a las personas que disfrutaban en sus aguas, en un día en que el cielo estaba cubierto con algunas nubes, pero si hubiera contado con más tiempo, le habría gustado flotar de espalda, mientras los rayos del sol entibiaban su rostro.
De pronto el vehículo se puso en marcha violentamente, y comenzó a deslizarse con más lentitud, hacia la siguiente estación. 
 Se hicieron presente un cúmulo de recuerdos de su infancia. Su querido hermano, compañero de su niñez y experiencias  alegres y otras no tan alegres, de las cuales  en esos momentos no percibían el impacto que tendría en el desenvolvimiento de sus vidas. Miguel era un niño alegre, amigable, juguetón, que a los 40 años decidiría dar término a su existencia, volando por los aires sin protección alguna. Lo extrañaba  mucho. Y ahí estaba ella, tratando de hacer frente a esos imborrables momentos, y viendo la increíble distancia que la separaba de la tierra. Su  vida estaba pendiendo de un cable, sola con su soledad, el carro seguía avanzando lentamente hacia  la siguiente estación. Instantes que se hicieron eternos, seguían pasando imágenes por su mente, como un albúm de fotografías guardado en esta increíble laberinto mental. Habían pasado veinte años de este doloroso episodio. Y seguían viniendo al presente los recuerdos de soledad y de estar suspendida en el aire sin protección alguna. Lidia, su querida madre dió a luz a su hermana menor Sandra,  sólo con la compañía de sus tres hijos. Comenzó a pensar en las cicatrices que quedan en el alma, que se llevan por la vida y quizás por la eternidad. 
Siguió observando la copa de los árboles que hacían desaparecer la tierra firme, y comenzó a ver el vaso medio lleno, y dijo una frase en voz alta,

—Por lo menos si llega a desprenderse este aparato, éstos amortiguarán el golpe.

Dirigió luego su mirada a los alrededores del cerro San Cristóbal, una nube gris cubría el paisaje de infinidad de casas y edificios, como la confusión que de momento cubría sus pensamientos sobre su enorme dificultad de enfrentar la vida con valentía. Cuando de pronto llegó a la última estación, la esfera se detiene bruscamente, sacándola de las vivencias pasadas, y trayéndola violentamente al presente,  ésta continúa su viaje más lento, con unos segundos para el recambio de pasajeros. No tenía mucho tiempo para subir hasta la virgen, por lo cual decidió tomar un helado para enfrentar el calor del verano.
Aún no había superado el recorrido en soledad y el pasado de su vida, y volvió a bajar sin compañía. Pero en la estación Tupahue se sube un hombre de unos setenta años. Había disfrutado de la piscina, de un sol radiante sobre su piel, y de un descanso del ruido de la cuidad que envolvía los alrededores del Cerro. 
La saludó con mucha amabilidad.

Buenos días señorita,  mi nombre es Gustavo, cuál es su gracia.
Mi nombre es Yesenia. Tenga usted buen día  Gustavo, aunque creo que realmente fue revitalizante su día. Se le nota.
—sÍ, vengo acá cada vez que necesito que la naturaleza me abrace y me acune en mis momentos de soledad.
Es una buena idea. El hombre está alejando cada vez la naturaleza de nuestro lado. Donde yo vivo al menos, ya prácticamente no hay áreas verdes, los edificios están ocupando los espacios, y sólo vemos flores en macetas, para colorear el paisaje.

Gustavo solía hacer este ejercicio cada vez que sentía que la vida no tenía sentido, es un hombre muy alegre, le gustaba ayudar a los demás. Muy culto y estudioso de la vida, sus pros y sus contra, profesor de filosofía, y de vivirla en toda su extensión. Llegaron al final del recorrido, y sintieron la necesidad de seguir la plática, y se dieron cuenta de lo valioso de compartir una conversación y de hacer un cambio en la rutina, y de esforzarse por vivir momentos felices que la vida ofrece. Se sentaron un momento, y después bajaron hacia la planicie, enfrentando nuevamente el ruido de la cuidad, los vendedores ambulantes y las bocinas de los vehículos. Sin darse cuenta llegaron al metro Estación Pedro de Valdivia, donde la contaminación acústica hacia difícil la comunicación entre los seres humanos, donde todos van apurados a un punto en concreto, o tal vez a ningún destino en particular, donde el tiempo no alcanza y donde la vida se pasa muy rápido, donde nadie se detiene a pensar, sentir, analizar, sólo se vislumbra el pasado y el futuro, con la imaginación, y el presente, desaparece, recordándolo o añorándolo como un pasado que nunca se disfrutó. Se despidieron como dos grandes amigos que disfrutaron el presente.  




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