lunes, 28 de enero de 2019

Amaya Jaramillo

Se llama Amaya Jaramillo, nació el 29 de noviembre del 2006 y actualmente tiene 12 años. Ella afirma que no tuvo que nacer en noviembre sino en febrero.
Su hermano le dice que cuando la vio era transparente y su tío dice que cabía en una mano.
Su color favorito es el azul. Tiene una perrita salchicha llamada Yolanda que la encontró en la calle hace unos años. Ingresó en la escuela de lenguaje a los 3 años y a los 4 años se cambió al colegio Extremadura donde todavía va. También el año pasado entró a un grupo de scouts. También cuando tenía 6 años fue con mi familia de viaje a la Argentina. Otra cosa es que le gusta leer, jugar con cubos rubiks, pintar, etc.

COMER FRUTILLAS HASTA EL FIN

María es una pequeña niña de 7 años y le encantan las frutillas, su comida favorita.
-María ¿Te gustaría acompañarme a comprar frutillas?
Su mamá normalmente le dice eso y María siempre cae en la trampa. Tiene que estar acompañando a su mamá todas las tardes en tiendas en el centro de Santiago, a visitar a las amigas de su madre y un sin fin de cosas aburridas, pero hacer todo eso tiene su recompensa, al llegar a casa siempre encuentra un plato lleno de frutillas.
Ella era feliz y sus padres también al ver como comía las frutillas con una sonrisa gigante en su cara. 
Pero un día en casa al comer unas frutillas comenzó a estornudar sin parar. Sus padres preocupados la llevaron al hospital donde el doctor les dijo que María tenía una alergia a las frutillas y que si seguía comiendo la fruta, podría acabar con algo más grave que una alergia.
-¡¡Qué?! ¡¿Cómo que ya no puedo comer frutillas?! ¡Es mi fruta favorita!
-Hija ya te lo dijimos, si sigues comiendo podrías acabar en el hospital.
-¡Pero es un "podría", puede que si como poco no me enferme!
-Tal vez, pero es mejor no arriesgarse.
Peleas como esta ocurrían normalmente en la casa de María, aunque había momentos de felicidad en la familia la niña seguía triste por no poder comer frutillas.
A veces comía a escondidas y acababa estornudando mucho.
-Ya no puedo seguir con esto! ¡Tengo que hacer algo! ¿Pero qué?
Pensó todo el día y toda la noche creando planes y desechándolos al instante.
Eso hasta un día que brillaba como nunca y María también. Se le ocurrió crear un aparato que al ponerse se puede comer frutillas sin preocuparse de la alergia.
Estuvo toda la tarde haciendo el aparato y luego llegó la hora de probarlo. 
Se lo puso y buscó una frutilla. Se la echo a la boca y nada le pasó. Ningún estornudo salió de ella. Mayor fue su sorpresa al darse cuenta de que se le olvidó ponerse el aparato.
Cuando se dio cuenta fue corriendo donde sus padres y estos preocupados la ver a su hija comiendo frutillas ahora estaban felices y los tres bailaban de alegría en la sala.
Resulta que el doctor se había equivocado. María no era alérgica a las frutillas, sino a la primavera.


Las veces que estornudó al comer frutilla fue porque cayó polen justo cuando comía.

Abelardo Ahumada Varas


Tiene 71 años y es amante de la literatura, lector empedernido y aprendiz de escritor. Hace cuatro años comenzó a escribir cuentos, ensayos, algunos poemas y hasta ahora tres novelas. Desde hace dos años participa en el taller literario del centro cultural de Puente Alto dirigido por el periodista y escritor José Lizana Arce y la profesora de literatura Daniela Arce Vargas. En noviembre y diciembre ha estado participando en el en de la misma municipalidad dirigido por el escritor Omar Pérez Santiago. 
Comenzó a escribir ficción realizando de esta manera un sueño siempre anhelado de transmitir en palabras escritas las miles de ideas surgidas en la contemplación de la realidad pasada, presente y en los futuros posibles de nuestro ser social; por eso la tarea de recrear la vida misma a través de la ficción.

                         NO AMARÁS A TU HERMANO


                                                                                            

            La llegada de ambos provocó el alborozo de toda la familia, eran los terceros y últimos hijos: Juan Pablo nació primero y diez minutos después surgió Juan Pedro. Como anécdota familiar comentaban que durante el  primer parto y con medio cuerpo afuera el niño parecía no querer salir y batía sus piernecitas aún dentro de su madre. Un comentario piadoso fue que no quería dejar sólo a su hermanito. Sin embargo mirado en retrospectiva años después más bien pareció que traía en su inconsciente el deseo de no dejar salir a la luz a su hermano, que se ahogara en los jugos primordiales y se perdiera de existir. La familia quedó completa y ambos gemelos crecieron amados y protegidos por toda la parentela. 
Hasta los seis años los vestían igual, compartían dormitorio, comidas, mañas y enfermedades, y aparentemente también  amigos, travesuras, complicidades y juegos. Sin embargo a partir de esa edad poco a poco Juan Pedro comenzó a tomar distancia de su hermano, no sabía cómo verbalizar aquel sentimiento que lo hacía querer alejarse de Juan Pablo, veía con impotencia como su hermano, desde que tenía memoria se adueñaba de los juguetes, tomaba su ropa preferida, le hacía zancadillas, lo pellizcaba y hacía que lo culparan a él de todo lo malo que  hacía.
Cerca de los siete años, etapa en la que algunos afirman se llega a la edad de la razón y toma de conocimiento del bien y del mal, Juan Pablo lentamente fue tomando conciencia y aceptando que no quería a su hermano, que cuando estaban cerca  le molestaba su presencia y cuando estaban separados odiaba  su autonomía y que prescindiera de él, se consideraba a sí mismo como el mejor, más inteligente, el preferido y más apreciado en la familia, y en la escuela igual con sus profesores y compañeros. Sus padres, sin darse cuenta, fueron dando por hecho que el mayor  debía tener  preeminencia en todo.
 A Juan Pedro le iba  bien en sus estudios, eran  pocas las décimas  menos en las  calificaciones en relación  con su gemelo, pero no hacía aspavientos, tenía pocos amigos y trataba de no mezclarse en las actividades y amistades del otro. Con esta manera de comportarse pasó a ser el niño quedado.  
Si es lo contrario de su hermano. Es más quitado de bulla comentaban todos. 
Una tía desubicada dijo que tenía rasgos autistas. 
—Si no fuera por las notas afirmaría que a ese niñito le faltan dos chauchas pal´ peso otro pariente comentó.   
Quizás intuiciones surgidas de herencias genéticas ancestrales hicieron que  Juan Pedro comprendiera que no debía competir, por eso dejaba que su hermano lograra los primeros lugares, prescindió de las cosas superfluas que a veces llenan la vida de los niños, aprendió desde muy temprano a renunciar a todo lo que no fueran sus necesidades básicas, no reclamaba y no provocaba conflictos cuando su hermano le quitaba algo de las manos, le pegaba patadas debajo de la mesa o lo ridiculizara en el colegio.
En los inicios de la pubertad, cuando tenían poco más de trece años, tiempo en la que todo ser humano adopta una opción fundamental que regirá su vida futura al realizar, a veces de manera inconsciente, la decisión de si va a transitar por el camino del bien, o del mal, o caminará oscilando entre ambos bordes, porque ya conoce  su libertad de opción. Allí sucedió un hecho que a familias más avispadas las hubiera puesta sobre aviso. Una noche Juan Pedro despertó gritando cuando sintió un enorme peso y que alguien  golpeaba con fuerza  su rostro y cabeza, atinó a dar un largo grito que más bien fue un alarido de terror al  ver a su hermano sentado en su pecho y golpeándolo con los puños, ahí se desmayó. Al  día siguiente se vio acostado en otra habitación de la casa, al sentarse  sintió un fuerte dolor, miró al espejo que estaba frente a la cama y se vio con una venda en la cabeza y su rostro hinchado. La puerta se abrió y entraron sus padres y hermanos, pero no Juan Pablo.
Con solo ver la noche anterior  aquel cuerpo inconsciente y con moretones por todos lados la familia pudo haber tomado conciencia  de lo que pasaba con el mayor de los gemelos, pero no lo hizo, no quisieron ver la realidad tal cual era sino otra, idealizada y sin mayores conflictos. No se atrevieron a buscar las causas de aquella y otras situaciones de agresión de un gemelo en contra del otro. Aún así los padres dieron una fuerte reprimenda a Juan Pablo, los separaron de dormitorio y en una solemne reunión familiar quisieron obligarlos a darse la mano y un abrazo. Según la mamá como buenos hermanos. 
Juan Pedro no quiso, a pesar  que su padre a la vez  presionó con cariño.
Hijo, no sea soberbio, déle la mano a su gemelo.
Ni cuando su hermano mayor para forzarlo le dijo:
¡Mira con la que sales, algo le habrás hecho a este otro!
 Incluso la tía metete que estaba de visita y más bien malévola  tiró la frase:
¡Usted mijito parece tan santito, pero ahora estamos viendo que ya no se cuece de un hervor! 
Aún en shock por la agresión el adolescente siguió firme en lo suyo, le parecía falso ese gesto, no creía que su hermano hubiera cambiado  de la noche a la mañana. Fue la primera vez que presentó una actitud de rebeldía. Y para él las cosas sucedieron para mejor cuando sus padres aceptaron que se cambiara de Colegio, quería estar lo más lejos posible de su hermano, tener sus propios amigos, crecer confiado y sin comparaciones.
Pero en Juan Pablo la  procesión iba por dentro, nunca estaba conforme, vivía en su interior con una envidia que lo corroía, y como un avaro que tiene mucho acumulado pero que insatisfecho codicia más y más, así él vivía lleno de resentimientos hacia Juan Pedro. Un día llegó a pensar que no había espacio para dos gemelos en un mismo hogar. Aunque intentó olvidar aquel pensamiento nefasto éste anidó en su mente y continuó como una obsesión,  no soportaba que su hermano fuera alguien seguro de sí mismo y que le fueran tan bien como a él en los estudios, su rostro se ponía lívido  cuando se enteraba de sus notas y logros deportivos, y a veces por el sólo hecho de verlo sonreír mientras la familia almorzaba le daba una inquina  que llegaba a descomponerlo. Teniendo él todos los privilegios, le parecía no tener nada.
A los diecisiete años Juan Pedro presentó en familia a su polola.  Esto fue la gota que rebalsó la copa para Juan Pablo, verlo feliz y con una niña tan hermosa le hizo la vida insoportable. De manera que un día optó por eliminarlo, pensó para sus adentros:
Qué se muera es lo mejor que puede pasarme.
De manera que  haciendo uso de su libertad de conciencia, con pleno discernimiento, con calma en tanto el tiempo transcurría y con una frialdad de espanto comenzó a planificar las posibles muertes que pudieran sucederle a su gemelo. Sin embargo no encontraba un  método preciso para realizar el crimen perfecto.
Llegó para los hermanos la época de graduación de Cuarto Medio y el ingreso a la Universidad dando la Prueba de Aptitud Académica. Por los apellidos y dirección del hogar ambos debían dar esta Prueba en el mismo recinto, para ello debían desplazarse tomando el Metro en la Plaza de Puente Alto y después hacer un cambio de estación. El día fijado cada uno se fue por su cuenta hacia el lugar de la Prueba. Juan Pablo estaba a las 7,30 horas en la estación de recambio, ahí se vio rodeado de cientos de personas que aguardaban ser transportados a sus destinos  laborales, debió contemplar la llegada y partida de cuatro trenes antes de quedar en la orilla del andén esperando la llegada del siguiente. En medio del gentío del lugar a lo lejos vio que se aproximada uno, miró las vías y entonces su mente se iluminó con un plan que surgía espontáneo provocándole incluso una sonrisa que más que iluminar su rostro fue una mueca que delataba su fría determinación. 
—¡Esta sería una buena muerte para él!  —pensó.  Seguramente sin mucho dolor. 
Ya estaba planificando cómo convencer a su hermano para que al día siguiente, cuando les correspondiera la segunda parte de la Prueba salieran juntos de la casa, esperaría que se aproximara el primer carro, seguro que no iba a sufrir y él acabaría con la pesadilla de tener un gemelo.
El tren se acercaba veloz, de seguro le tocaría el quinto o sexto carro, ya estaba a unos tres metros de distancia  cuando  de repente sintió un leve empujón en la espalda que lo hizo trastabillar, desde la orilla del frente pareció que era la muchedumbre que estaba detrás de él la que lo empujaba en la prisa por no perder el tren. Juan Pablo se vio a  sí mismo perder el equilibrio y  cayendo en las vías. No tuvo tiempo de sorprenderse cuando ya el carro lo golpeaba con fuerza, lo arrollaba y  se perdía en la nada.
En medio de los gritos, horror, pánico, la frenada brusca del tren, los murmullos  y el desconcierto de quiénes había presenciado la caída del muchacho, un par de filas atrás 
Era él o yo —se dijo a sí mismo—.¡Una lástima, pero tenía que hacerlo! 
Aprovechando el desconcierto fue retrocediendo lento para pasar inadvertido de quiénes lo rodeaban, en tanto exclamaba para sus adentros  
¡Mejor salgo de aquí y tomo un bus que me deje en el Colegio, no me voy a perder la PSU por esta situación! 
Y rodeado de cientos de otras personas que abandonaban la Estación, porque de seguro estaría detenida durante un par de horas, salió a la calle, corrió a tomar un vehiculo de locomoción colectiva, una vez arriba inspiró y expiró profundamente un par de veces pensando que ahora si que estaba verdaderamente tranquilo y en paz para proyectar  su futuro.

Gloria Cordero


EL TELESFÉRICO Y LA SOLEDAD

Mientras se deslizaba por el cable, junto a la esfera de metal, como un ave sobre la copa de los árboles, formando parte de aquel invento del hombre, para separar los pies de la tierra, comenzó a pensar, y en vez de disfrutar de esa maravilla de volar por los aires, volvió a sentir esa inquietud que experimentaba entre las cuatro paredes de su casa. Entre el punto de partida hasta  la estación Tupahue iba acompañaba de dos mujeres, madre e hija. Se quedó observando a la mujer mayor,  su cabello negro suelto sobre sus hombros , y sus ojos verdes, le daban una apariencia juvenil, de pronto ésta se dirigió a ella en un tono muy amable:

Bonjour                                                                                   
Bonjour madame                                         
Parlez-vous francais                                     
Oui, j’aime beaucoup cette langue             
Super! Etes vous chilienne?                                    
Oui, je juis né ici á  Santiago                       
Trés bien, j’adore cette ville                       
En chanté de vous connaitre,                      
—quel est son nom?                                       
Anastasia                                                       
Quel beau nom                                           
Mon nom est Yesenia                                 
Au revoir Yesenia                                       
Bonne journné                                           
Profite beaucoup de notre ville        

Yesenia quedó sola en la esfera, contempló por primera vez la piscina Tupahue, y a las personas que disfrutaban en sus aguas, en un día en que el cielo estaba cubierto con algunas nubes, pero si hubiera contado con más tiempo, le habría gustado flotar de espalda, mientras los rayos del sol entibiaban su rostro.
De pronto el vehículo se puso en marcha violentamente, y comenzó a deslizarse con más lentitud, hacia la siguiente estación. 
 Se hicieron presente un cúmulo de recuerdos de su infancia. Su querido hermano, compañero de su niñez y experiencias  alegres y otras no tan alegres, de las cuales  en esos momentos no percibían el impacto que tendría en el desenvolvimiento de sus vidas. Miguel era un niño alegre, amigable, juguetón, que a los 40 años decidiría dar término a su existencia, volando por los aires sin protección alguna. Lo extrañaba  mucho. Y ahí estaba ella, tratando de hacer frente a esos imborrables momentos, y viendo la increíble distancia que la separaba de la tierra. Su  vida estaba pendiendo de un cable, sola con su soledad, el carro seguía avanzando lentamente hacia  la siguiente estación. Instantes que se hicieron eternos, seguían pasando imágenes por su mente, como un albúm de fotografías guardado en esta increíble laberinto mental. Habían pasado veinte años de este doloroso episodio. Y seguían viniendo al presente los recuerdos de soledad y de estar suspendida en el aire sin protección alguna. Lidia, su querida madre dió a luz a su hermana menor Sandra,  sólo con la compañía de sus tres hijos. Comenzó a pensar en las cicatrices que quedan en el alma, que se llevan por la vida y quizás por la eternidad. 
Siguió observando la copa de los árboles que hacían desaparecer la tierra firme, y comenzó a ver el vaso medio lleno, y dijo una frase en voz alta,

—Por lo menos si llega a desprenderse este aparato, éstos amortiguarán el golpe.

Dirigió luego su mirada a los alrededores del cerro San Cristóbal, una nube gris cubría el paisaje de infinidad de casas y edificios, como la confusión que de momento cubría sus pensamientos sobre su enorme dificultad de enfrentar la vida con valentía. Cuando de pronto llegó a la última estación, la esfera se detiene bruscamente, sacándola de las vivencias pasadas, y trayéndola violentamente al presente,  ésta continúa su viaje más lento, con unos segundos para el recambio de pasajeros. No tenía mucho tiempo para subir hasta la virgen, por lo cual decidió tomar un helado para enfrentar el calor del verano.
Aún no había superado el recorrido en soledad y el pasado de su vida, y volvió a bajar sin compañía. Pero en la estación Tupahue se sube un hombre de unos setenta años. Había disfrutado de la piscina, de un sol radiante sobre su piel, y de un descanso del ruido de la cuidad que envolvía los alrededores del Cerro. 
La saludó con mucha amabilidad.

Buenos días señorita,  mi nombre es Gustavo, cuál es su gracia.
Mi nombre es Yesenia. Tenga usted buen día  Gustavo, aunque creo que realmente fue revitalizante su día. Se le nota.
—sÍ, vengo acá cada vez que necesito que la naturaleza me abrace y me acune en mis momentos de soledad.
Es una buena idea. El hombre está alejando cada vez la naturaleza de nuestro lado. Donde yo vivo al menos, ya prácticamente no hay áreas verdes, los edificios están ocupando los espacios, y sólo vemos flores en macetas, para colorear el paisaje.

Gustavo solía hacer este ejercicio cada vez que sentía que la vida no tenía sentido, es un hombre muy alegre, le gustaba ayudar a los demás. Muy culto y estudioso de la vida, sus pros y sus contra, profesor de filosofía, y de vivirla en toda su extensión. Llegaron al final del recorrido, y sintieron la necesidad de seguir la plática, y se dieron cuenta de lo valioso de compartir una conversación y de hacer un cambio en la rutina, y de esforzarse por vivir momentos felices que la vida ofrece. Se sentaron un momento, y después bajaron hacia la planicie, enfrentando nuevamente el ruido de la cuidad, los vendedores ambulantes y las bocinas de los vehículos. Sin darse cuenta llegaron al metro Estación Pedro de Valdivia, donde la contaminación acústica hacia difícil la comunicación entre los seres humanos, donde todos van apurados a un punto en concreto, o tal vez a ningún destino en particular, donde el tiempo no alcanza y donde la vida se pasa muy rápido, donde nadie se detiene a pensar, sentir, analizar, sólo se vislumbra el pasado y el futuro, con la imaginación, y el presente, desaparece, recordándolo o añorándolo como un pasado que nunca se disfrutó. Se despidieron como dos grandes amigos que disfrutaron el presente.  




Gladys Ethel Gálvez


Angélica Oñate


LIGADOS


Mientras la tormenta aumentaba la mujer se dirigió a la ventana y observó detenidamente como las personas se cobijaban bajo sus negros paraguas; en aquella mirada reflejaba una expresión serena.
Sin tiempo de reaccionar y sin saber por qué sus ojos se detuvieron; en un hombre que caminaba sin refugio por las mojadas calles y vestido descuidadamente le había robado su atención. No lo perdió de vista hasta que desapareció a la distancia.
Retirándose de allí caminó por la habitación confundida, algo en ella había cambiado. No podía dejar de pensar en aquel vagabundo. Recostada en su almohada, sin dejar de cavilar sobre aquel episodio, se dispuso a dormir.
De un sobresalto despertó con el sonido del reloj, miró la hora y se levantó rápidamente para dirigirse hacia su trabajo. Una vez fuera, se percata de que las calles están húmedas y oscuras por una densa niebla. Mientras camina en dirección a sus funciones se acomodó la bufanda y se colocó los guantes, frente a una iglesia, ve difusamente la figura de aquel personaje  que se refugiaba bajo un  alero; con sus manos  en los bolsillos de un viejo abrigo, un  gorro de lana que cubría hasta sus orejas se notaba que tenía los pies mojados por la decadencia de sus zapatos.
Sin pensarlo, la mujer se dejó llevar por un impulso incontrolable. Se dirigió al negocio de enfrente en busca de un pan y un trozo de queso para aquel hombre que no podía dejar de observar de una forma distinta, casi inexplicable, de que ella actuara así. El hombre agradeciendo fríamente la acción de aquélla mujer, recibió el pan con sus manos temblorosas y se lo llevó a la boca.
La desesperación palpitaba dentro de su pecho, arrastrada por el desconsuelo de no saber el motivo que la incitaba a proteger a aquel ser humano, continuó su camino hacia el trabajo sin mirar atrás.
En el transcurso del día, no dejó de pensar en el personaje una y otra vez, las imágenes le venían a la cabeza. Le parecía alguien conocido. Su cara sucia y descuidada barba dejaban entrever algunos rasgos familiares. Subió a su departamento y mirándose al espejo vio que su rostro era similar al de aquel hombre -No, esto es imposible  ̶  exclamó, se acomodó en el sillón, pensó un rato y se durmió.
Un relámpago iluminó toda la habitación y un fuerte trueno la despertó. Afuera llovía torrencialmente.  Casi sin dudarlo, tomó un paraguas y salió en busca de aquel vagabundo. Recorrió  varias calles y ya muy entrada la noche, recordó de pronto que muchos de ellos dormían bajo una cornisa de un viejo supermercado que quedaba en la calle Balmaceda. 
Al llegar allí corrió hasta donde se divisaba un grupo de personas en torno a un hombre que yerto estaba sobre las heladas baldosas de la escalinata de aquél negocio. Se abrió paso para mirarlo y dándose cuenta de que el parecido facial era evidente comenzó a sollozar este era el padre que en sus difusos recuerdos ella vio partir una mañana fría de invierno; escondiendo su cara bajo el paraguas caminó lentamente de vuelta a su hogar.


Carlos Cabezas Gálvez


Nació el 4 de noviembre de 1945, en el edificio de la última estación, “El Volcán”, del Ferrocarril Militar. 
        Estudió sus estudios primarios en Curicó.   Hizo sus estudios secundarios en Puente Alto, Estudia una carrera de ingeniería que interrumpió en el año 1973. Desde ese entonces se encapsuló para sumirse en el mundo del pensamiento Humanista Cristiano y reflexionar en el por qué sucedían estos graves acontecimientos y violaciones a los Derechos Humanos en Chile. 
        Escribió el ensayo social “El Otro Adán”. Es escritor de poemas, cuentos cortos, ensayos científicos y sociales que han sido publicados en memorias de Congresos de Ciencias de la Tierra y novelas donde se destaca por combinar la poesía con la prosa.
        Ha escrito innumerables obras Obras como El Otro Adán, Dile a Laura, Hombre vestido de púrpura, Peregrinando por el anti tiempo, Tras la Huella de Teilhard de Chardin.
       Actualmente es columnista del diario El Heraldo de Linares.      Algunos de sus trabajos literarios, han sido publicado en la “Antología Martes Literario “Benjamín Morgado Chaparro”, de Coquimbo y en revistas literarias de Centros Culturales de Puente Alto.

¡PAPITO, CUÉNTAME!

                                                                                                 
        En un futuro no lejano, un padre y su hijo caminaban a duras penas por campos desolados y como bestias temerosas, cuidaban sus pasos frente a cualquier signo de peligro que pudiera acecharles y ser presa de algún ser humano o animal depredador en sus ansias de satisfacer su hambre en aquellas devastaciones.
        Sus corazones asustadizos y frágiles habían sobrevivido a todos los desafíos tanto de la violencia, necesidades, inclemencias de la naturaleza e incluso la de sus propios miedos y desesperanzas.
        Habían cruzado desolados remedos de las soñadas espléndidas ciudades de Rimbaud, o de las quiméricas búsquedas de la Utopía de Don Quijote en sus correrías por La Mancha.
        El niño cobijado bajo el inmenso amor de su padre, le preguntaba una y otra vez, el por qué de este mundo tan difícil por el cual caminaban sin cesar, hacia un destino incierto.
        El padre buscó un refugio al pie de una montaña, el cual era mas bien un escondite, mientras a lo lejos veía como los escasos seres humanos sobrevivientes, una vez más luchaban entre ellos, sin un sentido claro, sólo los motivaba el matar al otro y luego los sobrevivientes, volvían a matarse entre ellos, era un suceso con el único objeto de matar al otro para sobrevivir.
        ¡Cuéntame papito, qué pasó!
        El padre, en aquel escondite, estimó que era ya el tiempo de responder las angustias de su hijo.
        ¡Hijo querido! Recuerda siempre lo que te voy a contar.  
        Comenzó su relato, recordando “El Adiós” de Arthur Rimbaud.
         “Nada de cánticos o aferrarse a los avances logrados. ¡Dura noche! ¡La sangre seca envuelve en humo mi rostro, y no tengo nada detrás de mí, excepto ese horrible arbolillo!... El combate espiritual es tan brutal como la batalla entre hombres; pero la visión de la justicia es el placer exclusivo de Dios”.
        No entiendo mucho, papito
        Hace mucho tiempo atrás los hombres sabios fueron los primeros en desaparecer de la tierra.
        Pero para mí, tú eres un sabio.
        Has logrado sortear todos los peligros, me proteges con esta coraza que llevo puesta para que mi piel no se despedace por los rayos U.V.
       Me hiciste unos protectores para mis ojos, de unos huesos planos con una perforación horizontal, para ver entre ellas y proteger mis retinas.
        ¡No, todo eso no lo inventé yo, fueron los padres de mis padres!
        ¡Cuéntame eso de los hombres sabios!
        Los hombres sabios se dieron cuenta que los ilusos les gustaba el poder y el dinero y con ellos dominaban al resto, entonces, ellos, los hombres sabios, ya más nada pudieron hacer por la humanidad.
        Los hombres sabios perdieron su batalla ante la ambición de privilegió la ganancia privada sobre los derechos de la gente al uso de la tierra, del aire y del agua como bienes comunitarios.
        ¡Cuéntame papito, que es eso del poder!
        El poder es cuando tú puedes dominar al resto de las personas.
       Está el poder de la violencia, el poder de la riqueza, el poder narco, el poder de los que usan las armas para la guerra o para subyugar a los pueblos, el poder político motivado por la ambición y que lleva al apartheid en la educación, en la salud, en la justicia, a la corrupción, el poder de los medios de comunicación en la manipulación de la opinión pública y perpetuar los privilegios y la frivolidad de ciertos grupos, el poder del mal uso del conocimiento para alcanzar metas anti humanistas.
        Pero eso que tú me cuentas es muy terrible.
        Si, hijo querido!
        Y por ese poder manejado por los inconscientes, la tierra que era un paraíso, lleno de vida, la fueron destruyendo y la depredaron toda.
         ¡La destruyeron toda, por eso no hay nada, ni siquiera un bien aire para respirar!
         Algunos empezaron a buscar agua pura en otros planetas, donde las condiciones de vida son más difíciles que, en donde estamos ahora.
        Y la encontraron?
         Estos ilusos partieron y jamás se supo nada de ellos.
        Deberían haber protegido lo que había en la tierra, pero creyeron en sus tecnologías y adelantos y no se supo más de ellos.
         Dime papito, se fueron tan lejos porque los mares se volvieron pestilentes.
       Los océanos se convirtieron en un gigantesco charco estancado, extremadamente frío, oscuro, sin vida y sin oxígeno, originados por las bacterias anaeróbicas, esas que no necesitan oxígeno para vivir, y que producen sulfuro de hidrógeno, y con el masivo aumento de éstas, el sulfuro de hidrógeno llenó el aire de la superficie y si hemos olido alguna vez huevos podridos, a eso huele el sulfuro de hidrógeno. La tierra entera ahora huele a huevos podridos.
        Y las lluvias de volvieron ácidas, matando la vida vegetal y animal en la tierra.
        El padre, con la sabiduría de sus ancestros, buscaba para sobrevivir, mantos de líquenes y musgos que, al crecer en las sombras de las rocas, no eran afectados por los rayos UV, y al comérselos, le proporcionaban los nutrientes necesarios y el agua para sobrevivir.
        Vivían apegados a los cerros protegiéndose del frío y del calor extremo y evitando cualquier contacto con humanos, muchos de los cuales sufrían una mortal mutación que él la llamó ANS (antropo necrosomiasis), es decir muerte de los cromosomas debido a las radiaciones y el medio ambiente tóxico.
        Papito, háblame ¿Qué es el amor?
       El amor, tal vez fue lo primero que perdió el ser humano, antes de que empezara toda esta tragedia planetaria.
         -Sin embargo, para aquellos que experimentamos el amor en nuestros corazones, es la más bella expresión del ser humanos hacia otra persona, hacia su prójimo, hacia la humanidad, hacia la justicia, la dignidad, la lucha por superar la pobreza y para proteger la naturaleza.
       Qué bello es lo que tú dices, papito!
       Por medio, del amor que sentía por tu madre naciste tú y la humanidad por amor se perpetúa, por el amor de un hombre con una mujer.
         Siguieron caminando, agazapados y protegidos por sus corazas. Caminaron un día entero y escucharon un llanto que salía de una de las cuevas del cerro.
         El padre se acercó sigilosamente y vio a una pequeña niña llorando al lado de su madre que yacía muerta. Se acercó a la niña, le dio de comer y juntos los tres le dieron sepultura para que los animales carroñeros no se la comieran.
        Siguieron su camino, ambos niños tomados de la mano del padre protector, cuando el niño le pregunta al padre al oído.
        ¡Dime papito! ¿ella, es mujer?...

Gilda Lagos


INTRIGA

De vuelta a casa, el viaje fue un caos, una verdadera pesadilla, más de una vez salvé de ser arrollada, más de un bocinazo me dejó paralizada debido a la poca atención que ponía al caminar.
Mi cabeza era una vorágine de pensamientos y mi cuerpo temblaba sin control pasando del frío al calor. Al llegar a casa lo encontré sentado frente al televisor, no me lo esperaba, me sobresalté. 
Hice acopio de toda mi fuerza y traté de mantener la calma, siguiendo la rutina acostumbrada: colgar las llaves, el abrigo, saludarlo e ir por un café.

—¿Estás bien? —me preguntó—. Te noto asustada.
—No —mentí—, es solo que estoy muy cansada, he tenido un día difícil.
—Tranquila, respondió. 

Me beso en  la  frente  y  volvió  a lo  suyo,  algo en su mirada denotó extrañeza, ¿desconfianza tal vez? 
Busqué el cobijo de mi cama y pensé: ojalé el sueño se haga realidad y la realidad fuese un sueño…
Esa noche me costó conciliar el sueño, daba vueltas en la cama de un lado a otro prisionera de la culpa y del desasosiego, sensación desconocida en mí. 
La noche se me hizo eterna, dormí poco, fui consciente del paso del tiempo.
—Tic-tac tic tac.
Esa noche envejecí.
Por el bien de nuestras vidas  creamos  una  mentira  solapada y sostenida, y  a pesar del infortunio la suerte ya estaba echada, el destino no dio marcha atrás.
Con  el  paso de  los días  los  silencios  aumentaron, las  mentiras continuaron,  y aquel silencio abismal cual monstruo se agigantó, no solo nos separó, sino que nos aplastó a ti y a mi  a los dos.


Eric Soto Lavín

Eric Adolfo nació en Valparaíso a principios de los sesentas. Vive su infancia transcurre en Quilpué. En la capital efectúa todos sus estudios, incluidos los de Ingeniería Eléctrica. A principios de los noventas descubre su pasión por la escritura. Se inscribe en un Taller de Creación Literaria en la universidad. Y en 1992es premiado su  cuento «El Turista Ejemplar» en el Concurso Literario María Luisa Bombal. En el V Festival Víctor Jara de Todas las Artes, gana un premio con el cuento «Parpadeos Vitales». Ávido lector desde la adolescencia, un hábito inculcado en forma sabia por su madre, gana en dos ocasiones, 2005 y 2010, el Premio al Mejor Lector del Centro Bibliotecario de Puente Alto. Su formación científica lo ha llevado a incursionar, aunque no en forma exclusiva, en el género de la Ciencia Ficción y del Terror Fantástico.
Ha publicado dos libros de cuentos en la Editorial Segismundo y también ha participado en una antología de escritores locales.
Desde mayo de 1977 reside en la ciudad de Puente Alto y, aunque no es de los nacidos y criados en la comuna, se considera un puentaltino de tomo y lomo.


ALGARABÍA VESPERTINA


Al  igual  que  todos  los  días  jueves  del  año  en  curso,  me  encontraba  sentado  de  espaldas  a  la antigua casa patronal, ahora destinada a la ejecución de diversas actividades del quehacer artístico local,   casi   inmerso   en la   verde  y   frondosa   espesura   vegetal,   cuando   de   pronto  me   sentí ligeramente observado.
Sin perder un segundo, observé con el ceño fruncido en dirección a la gran pileta de aguas turbias, esperando quizás que alguna grotesca y escamosa entidad emergiera con pasmosa lentitud desde sus  insondables  profundidades  para  intentar  devorarme.  Pero  mi  decepción  fue  mayúscula  al comprobar  que  en  dicho  sitio  todo  estaba  en  calma:  la  mohosa  estatua  de  una  antigua  y desconocida deidad vigilaba, desde tiempos inmemoriales, que ahí todo estuviese en orden.
En seguida, observé hacia las distantes encinas en la búsqueda de alguna inusual presencia pero, a excepción de una emergente brisa que poco a poco comenzaba a manifestarse en las alturas y casi por encanto, la sensación de calma era aún mayor.
Por  lo  mismo,  resolví  enfrascarme  una  vez  más  en  mi  lectura  que,  en  aquel  preciso  instante,  se hallaba empantanada entre las lucubraciones personales de un escritor que, de una u otra forma, trataba de impedir la fluidez natural de la historia que se empecinaba en contar.
Minutos  más  tarde,  mientras  optaba  ya  por  saltarme  unas  cuantas  páginas  en  las  que  el  tedio alcanzaba un riguroso e inexpresivo clímax, nuevamente me sentí observado. No obstante, en esta ocasión  hice  caso  omiso  de  la  tácita  presencia  de  aquella  entidad  presta  a  emerger  de  entre  las turbias aguas y observé directamente hacia las frondosas encinas.
Y quedé estupefacto.
El  rostro  de  una  hermosa  muchacha  me  observaba  con  vivo  e  inusitado  interés,  mas  su  esbelto cuerpo de pronto emergió de  entre  las encinas como si en dicho sitio existiera un invisible portal conducente  hacia  un  mundo  fantástico,  fascinante  y  único.  La  joven  y  agraciada  muchacha  iba descalza y sus finos pies apenas tocaban el suelo cuando ella brincaba de un sitio a otro. Además, su diáfano y simple vestido parecía prolongar y suavizar sus movimientos y las líneas de su danza pastoral.
En definitiva, ella no era de este mundo. Al verla, nadie lo pondría en duda.
Y  una  extraña  ternura  comenzó  a  aflorar  a  través  de  todos  los  poros  de  mi  cuerpo  mientras  la observaba casi extasiado. De pronto, mientras un efluvio de aromas primaverales, etérea aura de intangibles e invisibles palpos, intentaba embriagarme a su paso cual irresistible ambrosía, regresé de inmediato a la realidad.
Pues había un ligero e importante detalle: ella no estaba sola. Tras sus pasos apareció un lascivo y somnoliento  fauno  que,  en  torpes  intentos  debidos  quizás  a  sus  pies  no  aptos  para  la  danza, trataba  de  emular  la  gracia  de  la  inquieta  dríade  mientras  ella,  en  sucesivas  y  coquetas  idas  y venidas, no dejaba que éste se retrasara en demasía. En lengua vernácula, era evidente que ella lo estaba engatusando.
Y, aunque con triste pesar advertí que el baile no estaba  dirigido hacia mi persona, me desentendí por  completo  del  libro  que,  hasta  dicho  instante,  ocupaba  mi  exigua  atención  y  comencé  a observar con detalle todos y cada uno de los gráciles pasos de aquella divina coreografía.
Una  estela  de  mariposas,  cada  una  más  hermosa  que  la  otra,  parecía  prolongar  los  sinuosos movimientos de la muchacha y una multitud de pequeñas avecillas, de las mismas que a menudo inspiran al Poeta Erasmus
en su arte, la antecedían con singular protocolo como informando de su presencia entre ellas.
Finalmente,  todavía  con  la  sensualidad  a  flor  de  piel  y  sin  mostrar  un  ápice  de  cansancio,  la muchacha  desapareció  tras  unos  matorrales.  Acto  seguido,  cuando  el  fauno  simulaba  haber perdido  su  pista,  una  pulcra  y  delicada  mano  emergió  de  entre  los  arbustos,  lo  aferró  y  también éste desapareció con rapidez casi humorística desde mi campo visual. Después, sólo escuché risas y algunos ruidos extraños.
Y comprendí que aquel ya no era lugar para un observador circunstancial.
En seguida, pensando en lo azaroso y caprichoso del destino, me marché con rapidez en dirección a  mi  hogar.  Aunque  por  un  momento  pensé  que  sólo  había  sido  víctima  de  algún  compuesto alucinógeno  transportado  por  la  brisa  vespertina,  quizás  algún  tipo  de  espora  o  algo  así,  muy pronto  deseché  tal  interpretación.  Era  indudable  que  el  destino  había  movido  algunas  piezas esenciales para que yo fuese el único y afortunado testigo de aquella fantástica bacanal.
Pero estaba muy equivocado.
Un  par  de  semanas  antes,  durante  aquellos  dos  o  tres  días  en  que  el  recinto  estuvo  cerrado, habían  sido  instaladas  numerosas  microcámaras  de  seguridad  al  interior  del Parque  Gabriela y, gracias  a  la  evolución  tecnológica  que  nunca  deja  de  asombrarnos,  toda  aquella  algarabía derrochada  casi  a  raudales  por  la  muchacha  y  su  afortunado  compañero  había  sido  registrada...
Incluso  la  escena  ocurrida  entre  los  matorrales,  junto  a  otras  posteriores  que  yo  nunca  hubiese llegado a imaginar.

Y  la  pareja  de  jóvenes  funcionarios  involucrada,  la  misma  que  en  repetidas  ocasiones  había  sido tan  elogiada  por  quedarse  trabajando  hasta  mucho  más  allá  de  la  hora  límite,  fue  de  inmediato desvinculada de la institución debido a conductas impropias efectuadas dentro del recinto cultural antes mencionado.l