¡PAPITO,
CUÉNTAME!
En un
futuro no lejano, un padre y su hijo caminaban a duras penas por campos
desolados y como bestias temerosas, cuidaban sus pasos frente a cualquier signo
de peligro que pudiera acecharles y ser presa de algún ser humano o animal depredador
en sus ansias de satisfacer su hambre en aquellas devastaciones.
Sus
corazones asustadizos y frágiles habían sobrevivido a todos los desafíos tanto
de la violencia, necesidades, inclemencias de la naturaleza e incluso la de sus
propios miedos y desesperanzas.
Habían
cruzado desolados remedos de las soñadas espléndidas ciudades de Rimbaud, o de
las quiméricas búsquedas de la Utopía de Don Quijote en sus correrías por La
Mancha.
El
niño cobijado bajo el inmenso amor de su padre, le preguntaba una y otra vez,
el por qué de este mundo tan difícil por el cual caminaban sin cesar, hacia un
destino incierto.
El
padre buscó un refugio al pie de una montaña, el cual era mas bien un
escondite, mientras a lo lejos veía como los escasos seres humanos
sobrevivientes, una vez más luchaban entre ellos, sin un sentido claro, sólo
los motivaba el matar al otro y luego los sobrevivientes, volvían a matarse
entre ellos, era un suceso con el único objeto de matar al otro para
sobrevivir.
—¡Cuéntame papito, qué pasó!
El padre, en aquel escondite, estimó
que era ya el tiempo de responder las angustias de su hijo.
—¡Hijo querido! Recuerda siempre lo que te voy a contar.
Comenzó su relato, recordando “El Adiós”
de Arthur Rimbaud.
— “Nada de cánticos o aferrarse a los avances logrados.
¡Dura noche! ¡La sangre seca envuelve en humo mi rostro, y no tengo nada detrás
de mí, excepto ese horrible arbolillo!... El combate espiritual es tan brutal
como la batalla entre hombres; pero la visión de la justicia es el placer
exclusivo de Dios”.
—No entiendo mucho, papito
—Hace mucho tiempo atrás los hombres sabios fueron los primeros en
desaparecer de la tierra.
—Pero para mí, tú eres un sabio.
—Has logrado sortear todos los peligros, me proteges con esta coraza
que llevo puesta para que mi piel no se despedace por los rayos U.V.
—Me hiciste unos protectores para mis ojos, de unos huesos planos con
una perforación horizontal, para ver entre ellas y proteger mis retinas.
—¡No, todo eso no lo inventé yo, fueron los padres de mis padres!
—¡Cuéntame eso de los hombres sabios!
—Los hombres sabios se dieron cuenta que los ilusos les gustaba el
poder y el dinero y con ellos dominaban al resto, entonces, ellos, los hombres
sabios, ya más nada pudieron hacer por la humanidad.
Los hombres sabios perdieron su batalla
ante la ambición de privilegió la ganancia privada sobre los derechos de la
gente al uso de la tierra, del aire y del agua como bienes comunitarios.
—¡Cuéntame papito, que es eso del poder!
—El poder es cuando tú puedes dominar al resto de las personas.
—Está el poder de la violencia, el poder de la riqueza, el poder narco,
el poder de los que usan las armas para la guerra o para subyugar a los pueblos,
el poder político motivado por la ambición y que lleva al apartheid en la
educación, en la salud, en la justicia, a la corrupción, el poder de los medios
de comunicación en la manipulación de la opinión pública y perpetuar los privilegios
y la frivolidad de ciertos grupos, el poder del mal uso del conocimiento para
alcanzar metas anti humanistas.
—Pero eso que tú me cuentas es muy terrible.
—Si, hijo querido!
—Y por ese poder manejado por los inconscientes, la tierra que era un paraíso,
lleno de vida, la fueron destruyendo y la depredaron toda.
—¡La destruyeron toda, por eso no hay nada, ni siquiera un bien aire
para respirar!
—Algunos empezaron a buscar agua pura en otros
planetas, donde las condiciones de vida son más difíciles que, en donde estamos
ahora.
—Y la encontraron?
—Estos ilusos partieron y jamás se supo nada de ellos.
—Deberían haber protegido lo que había en la tierra, pero creyeron en sus
tecnologías y adelantos y no se supo más de ellos.
—Dime papito, se fueron tan lejos porque los mares se volvieron pestilentes.
—Los océanos se convirtieron en un gigantesco
charco estancado, extremadamente frío, oscuro, sin vida y sin oxígeno, originados
por las bacterias anaeróbicas, esas que no necesitan oxígeno para vivir, y que
producen sulfuro de hidrógeno, y con el masivo aumento de éstas, el sulfuro de
hidrógeno llenó el aire de la superficie y si hemos olido alguna vez huevos
podridos, a eso huele el sulfuro de hidrógeno. La tierra entera ahora huele a
huevos podridos.
—Y las lluvias de volvieron ácidas, matando
la vida vegetal y animal en la tierra.
El padre, con la sabiduría de sus
ancestros, buscaba para sobrevivir, mantos de líquenes y musgos que, al crecer
en las sombras de las rocas, no eran afectados por los rayos UV, y al comérselos,
le proporcionaban los nutrientes necesarios y el agua para sobrevivir.
Vivían apegados a los cerros protegiéndose
del frío y del calor extremo y evitando cualquier contacto con humanos, muchos de
los cuales sufrían una mortal mutación que él la llamó ANS (antropo necrosomiasis),
es decir muerte de los cromosomas debido a las radiaciones y el medio ambiente
tóxico.
Papito, háblame ¿Qué es el amor?
—El amor, tal vez fue lo primero que perdió
el ser humano, antes de que empezara toda esta tragedia planetaria.
-Sin embargo, para aquellos que experimentamos
el amor en nuestros corazones, es la más bella expresión del ser humanos hacia
otra persona, hacia su prójimo, hacia la humanidad, hacia la justicia, la
dignidad, la lucha por superar la pobreza y para proteger la naturaleza.
—Qué bello es lo que tú dices, papito!
—Por medio, del amor
que sentía por tu madre naciste tú y la humanidad por amor se perpetúa, por el
amor de un hombre con una mujer.
Siguieron
caminando, agazapados y protegidos por sus corazas. Caminaron un día entero y
escucharon un llanto que salía de una de las cuevas del cerro.
El
padre se acercó sigilosamente y vio a una pequeña niña llorando al lado de su madre
que yacía muerta. Se acercó a la niña, le dio de comer y juntos los tres le
dieron sepultura para que los animales carroñeros no se la comieran.
—Siguieron su camino,
ambos niños tomados de la mano del padre protector, cuando el niño le pregunta
al padre al oído.
—¡Dime papito! ¿ella, es mujer?...